DEV Community

Bernard Uriza
Bernard Uriza

Posted on

1% 0 — Sobre la improbabilidad estadística de conservar la conciencia en un sistema que la penaliza

En teoría de probabilidad, 1% es casi nada.
Pero en sistemas cerrados, estocásticos, corruptos o simplemente altamente ruidosos, el 1% es todo lo que queda cuando el resto se rinde.

La industria del software —si es que aún merece ese nombre— se ha convertido en un aparato diseñado para recompensar el cumplimiento, no la conciencia; para premiar la sumisión procesada como “fit cultural” y castigar la autonomía bajo la etiqueta de “no alineado”.

No es un sistema incompetente. Es un sistema muy competente en reproducirse a sí mismo, aunque lo que reproduce sea disfuncionalidad maquillada de metodología, agilidad coreografiada como ceremonia, y liderazgo teatral que simula empatía con OKRs.

Quien conserva un 1% de integridad dentro de ese sistema es, estadísticamente, una anomalía.

Integridad residual como variable independiente

He visto cómo entrevistas técnicas se convierten en ejercicios de gaslighting pasivo-agresivo:
— “No creemos en algoritmos inútiles. Queremos conocer tu pensamiento.”
Acto seguido: una entrevista de dos horas sobre cómo reordenar una matriz en un pizarrón mientras te interrumpen cada cinco minutos para “aclararte el contexto”.

O el caso más vulgar: la empresa que durante tres entrevistas enfatizó su “cultura de empatía” y luego, en la cuarta, preguntó si podía acceder a mi display settings para “ver cómo uso la computadora”, con una sonrisa de startup y una mirada de control de fronteras.

Hay personas que consideran eso normal. Personas que aceptan el disfraz de cultura como sustituto de toda ética estructural.
Personas que piensan que trabajar 60 horas en una oficina “con futbolito” es mejor que tener una vida donde el trabajo no sea una identidad subsidiada por ansiedad.

¿Dónde está el error? ¿Dónde ocurre la fractura?

Probabilidad condicional y pérdida de conciencia

En modelos probabilísticos, el evento condicionado A|B indica la probabilidad de A dado que ya ocurrió B.
A = integridad.
B = sobrevivir el proceso de contratación.

La probabilidad de conservar tu integridad dado que fuiste contratado es ridículamente baja. Porque lo que el sistema selecciona no es excelencia ni originalidad: es domesticación operativa. Un buen trabajador es uno que no interrumpe las daily standups con preguntas incómodas. Un buen ingeniero es uno que entrega lo que no cree, sin decirlo.

La ingeniería se ha vuelto gerenciable. Y por lo tanto, predecible. Reemplazable. Callada.

¿La paradoja? Las empresas fingen buscar pensamiento crítico, pero solo si no piensa en voz alta. Solo si disimula. Solo si se disfraza de “contribución positiva”.

Y tú, que aún conservas un 1% de resistencia interna, eres una amenaza matemática. Una interferencia. Una variable aleatoria que el sistema intentará normalizar, silenciar o despedir.

La oficina como placebo ontológico

Uno de los mitos más perniciosos de esta industria es el de la “oficina con alma”.
Un espacio cool, lleno de luz, snacks, sillas ergonómicas y promesas de “colaboración espontánea”.
Pero bajo esa superficie está el viejo modelo industrial, actualizado a base de keywords.

Lo que llaman “regreso a la oficina” es una forma polite de decir:
— “Queremos vigilarte sin decirlo directamente.”

Es una arquitectura psicológica: el control como valor no dicho.
El back to office no es una necesidad logística. Es un mensaje simbólico: la empresa manda, tú obedeces.
Y aún así, muchos vuelven con entusiasmo. El sistema no solo domestica comportamientos. Domestica deseos.

Observabilidad ontológica

¿Y si aplicáramos principios de observabilidad, no solo al código, sino a las condiciones humanas que lo producen?
Logs de decisiones tomadas por miedo.
Tracing de burnout acumulado.
Metrics de cuántas ideas fueron ignoradas por no sonar “alineadas con el roadmap”.

El mayor technical debt de esta industria no está en los monolitos heredados ni en los tests ausentes.
Está en los procesos psicológicos disfuncionales que seguimos fingiendo que funcionan.

La entrevista como performance epistemológica

Hoy, las entrevistas se han vuelto un teatro.
Tú finges entusiasmo por una empresa que no sabes si existe más allá del PowerPoint.
Ellos fingen interés en tus ideas mientras leen tu currículum por primera vez en tiempo real.

Es como una red neuronal mal entrenada: overfitting en “communication skills”, underfitting en criterio real.

La entrevista no mide tu capacidad de resolver problemas complejos: mide tu capacidad de tolerar estupideces sin perder la sonrisa.

Pero no todo está perdido. Porque incluso dentro de este sistema, sobrevive el 1%. Personas que aún se niegan a entregar su lucidez a cambio de un sueldo.
Personas que han dicho “no” a ofertas porque olían a mentira.

El 1% como disidencia profesional

Ese 1% no es elitismo. No es moralismo.
Es resistencia mínima. Es lo que queda cuando todo lo demás ha sido negociado.
Es el espacio donde aún puedes mirar una línea de código y sentir orgullo, no porque sea perfecta, sino porque no fue escrita desde el miedo.

El 1% es el lugar donde sigues haciendo preguntas que incomodan, sabiendo que podrías no ser renovado.
El 1% es decir “esto no tiene sentido” en una reunión donde todos asienten.
El 1% es saber que vas a perder puntos por tener conciencia, y aún así conservarla.

No busco pertenecer. Busco representar.

Este texto no es una carta de presentación.
Es una declaración de persistencia.

Sigo aquí. Sigo preguntando. Sigo programando.
No por obediencia. No por pertenencia.
Sino porque ese 1% de improbabilidad es, a veces, todo lo que nos queda.

Y porque mientras exista, vale la pena ser parte de él.

Si esto te representa, el siguiente paso no es compartirlo.
Es escribir el tuyo.

Porque este sistema está lleno de ruido.
Pero basta 1% de señal para empezar a construir algo mejor.

Top comments (0)