Creo que una de las cosas más difíciles en la vida es mantener un equilibrio en todas sus áreas: dedicar tiempo para uno mismo, para el trabajo, la familia, la espiritualidad, la pareja, entre otras. Con el paso de los años, estas áreas se vuelven más complejas y demandantes. Es maravilloso disfrutar la juventud, cuando muchas de estas preocupaciones aún no existen.
Sin embargo, resulta difícil entender cómo muchas personas desperdician esa etapa. Es lamentable ver cómo algunos incluso se dañan a sí mismos o cargan su vida con problemas que luego son muy difíciles de resolver. En el distrito donde vivo, muchos jóvenes mueren a causa de estas decisiones: pierden el tiempo en amistades que no aportan nada, descuidan a su familia, abandonan sus estudios, y se entregan al consumo excesivo de redes sociales, que terminan drenando su energía y enfoque.
Cuando crecen y quieren un mejor estilo de vida, lo buscan con urgencia, pero ya han desperdiciado el tiempo que debieron invertir en formación y preparación. Muchos terminan atrapados en necesidades financieras que los llevan a involucrarse en grupos peligrosos, y la historia se repite: un ciclo que en demasiadas ocasiones termina con alguien abandonado en una calle.
El tiempo es algo extremadamente valioso, y todos lo sabemos. Muchos resentimientos y distancias entre padres e hijos surgen porque, en su momento, esos adultos no dedicaron suficiente tiempo a su familia. Se enfocaron únicamente en el trabajo y olvidaron que la vida necesita equilibrio. Es difícil, sí, pero es algo que se puede aprender.
Cuando asumí un cargo de liderazgo en una institución de educación superior, enfrenté un reto que había postergado durante mucho tiempo: aprender a administrar bien mi tiempo. Desde los 18 años, mi mentor en la comunidad cristiana me motivaba a ser excelente y organizado, sobre todo con la gestión del tiempo. Siempre repetía una frase:
“El tiempo es un juez”.
En mi juventud mejoré en muchos aspectos, pero las distracciones me impedían aplicar esa enseñanza de forma constante. Cuando comencé a tener responsabilidades de liderazgo, mantener el equilibrio se volvió un gran desafío. Para muchos, esto no parecía importante, pero para mí sí lo era. Quería crecer y mejorar.
Gracias a la organización para la que trabajaba, tuve la oportunidad de contar con una mentora profesional. Ella me enseñó mucho, me ayudó a confiar en mis capacidades y a asumir roles de liderazgo con mayor seguridad.
Una de las herramientas más útiles que adopté fueron dos elementos simples: un calendario (personal y laboral) y un reloj de mano. Tener un reloj hace una gran diferencia: te recuerda la realidad del día y te ayuda a evaluar si realmente eres productivo. Y no hablo de un reloj de lujo, sino de algo sencillo: yo uso un Casio. Si tienes un reloj digital, su función principal debería seguir siendo marcar el tiempo, no mostrar notificaciones.
Hoy, mi motivación es no fracasar en lo que considero más importante. Ahora que Dios me ha dado el privilegio de ser padre, siento una energía y un propósito mucho más grandes. Los hijos son un motor impresionante. Tenerlos —de manera responsable— es algo hermoso, una experiencia que solo entiende quien la vive.
Quiero mantener un equilibrio no solo para mi hijo, sino también para mi esposa. Mi meta es ser excelente y dedicar mi tiempo de manera consciente, para construir una vida integral. No quiero arrepentirme, en el futuro, de haber perdido oportunidades por no haber sabido organizar mi tiempo.
Top comments (0)